Abrí los ojos e inmediatamente me di cuenta de qué día era. Sabía que el encuentro era inexorable. Me revolvía en la cama pensando en mí deber, entendiendo casi con resignación que no me quedaba otra chance más que enfrentar a la bestia. Sin ningún tipo de ganas me levanté solo para comprobar que efectivamente lo más crudo del invierno había llegado. Por la posición del sol, debían ser alrededor de las 7.30 de la mañana; aún podía llegar si me daba prisa.
Sin perder tiempo me dirigí a por mi túnica, la misma que utilizaba cada vez que tenía que enfrentar éste tipo de situaciones. Tomé mi capa y mis guantes, así como también la bolsa negra en la que llevaba el resto de mis pertrechos. Me lavé la cara no sin antes ver en el espejo esa cara de profunda resignación típica en aquellos que se dirigen a enfrentar el fin. Me acomodé el pelo sin darle mucha importancia al hecho: el aliento de las bestias no tardaría en hacer vano mi intento de parecer civilizado.
Por último, bebí con rapidez un vaso de leche mientras mastiqué con amarga displicencia una galleta que encontré por ahí. Una vez finalizado el cotidiano ritual, y viendo que la hora había llegado, abandoné el lugar para hacer cara a la fiera.
Al caminar un corto trecho, logré divisar un tumulto de gente que al parecer se dirigían al mismo destino que yo; La aflicción en sus rostros me inducía a pensar que su destino era el mismo que amargamente yo enfrentaría en instantes.
Me detuve cerca de ellos, y en silencio, me dispuse a esperar la aparición del magnífico ser, que al cabo de unos minutos, comenzó a divisarse en el horizonte. El inconfundible verde de su pellejo lo distinguía del resto de las bestias de igual envergadura que pasaban usualmente por la amplia senda en cuyos costados las voluntarias víctimas nos apostábamos. Una anciana se puso de pie automáticamente, dispuesta a ser la primera en enfrentarla, a lo cual una mujer de mediana edad le recordó que había una fila de gente esperando y que aguardara a su turno. Yo las miraba con resignación, entendiendo que tarde o temprano el final de todos sería el mismo, inevitablemente acabaríamos en las fauces del feroz animal.
La bestia se acercaba a toda velocidad, como movida por una enorme estampida de toros salvajes.
A medida que se acercaba se oía cada vez con más claridad su estridente rugido, a medida que su figura se volvía más y más imponente. Los humanos que por ella esperaban comenzaron a hacerle gestos con el fin de enfurecerle para lograr que arremetiera contra la masa de gente.
Sin embargo, la bestia parecía no inmutarse y seguía en línea recta su trayecto por la senda. Cuando estuvo a unos metros de nosotros, pudimos observar cómo su boca se encontraba abarrotada de cuerpos humanos, víctimas de las arremetidas anteriores de la bestia. Algunos de ellos nos observaban con suficiencia y otros con una profunda aflicción, conocedores de su inmediato destino.
Aparentemente, la bestia sintió que había tenido suficientes sacrificios, pues ni se conmovió frente a los ofensivos gestos de los que allí estábamos. Siguió su rumbo sin siquiera titubear ni darse vuelta para observarnos. La anciana incluso hasta se acercó unos centímetros al animal para insultarlo, pero ello tampoco hizo efecto.
Una vez hubo pasado la bestia, me volví unos metros hacia atrás, sabiendo que tarde o temprano volvería a pasar a por más víctimas.
No bien me había apoyado sobre un tronco, otra bestia igual se comenzó a mostrar a lo lejos. Esta lucía más hambrienta y se movía mucho más rápido por la senda. Cuando estuvo a unos cien metros, vimos con horror cómo se acercaba a un grupo de mártires y de un plumazo se tragaba a 8 de ellos.
La anciana se dio vuelta como buscando algún rostro cómplice a la vez que largaba un molesto resoplido.
Una vez hubo engullido a los infortunados individuos, siguió su camino por la senda hacia donde nosotros nos encontrábamos. Un hombre se agazapó y la anciana nuevamente se puso al pie del cañón: nadie estaba dispuesto a dejar que se escapara de nuevo.
Una vez estuvo lo suficientemente cerca como para vernos con claridad, la anciana se ubicó en el medio de la senda, como intentando detener a la enorme masa con su minúsculo y débil cuerpo. El hombre que se había agazapado se había levantado y ahora secundaba a la anciana en su desesperado intento.
La bestia comenzó a disminuir su velocidad: nos había visto.
Entendiendo que el momento del impacto había llegado, me acerqué, a la vez que me calcé mi bolsa en la espalda para tener ambas manos libres con el fin de asirme a la furiosa bestia. Al detenerse frente a nosotros, su enorme boca se abrió e inmediatamente olimos su pestilente aliento, una mezcla de humo y de fetidez humana que casi logra voltearme. Aún así, contuve la respiración y me así del animal lo más fuerte que pude. No pude evitar caer dentro de su boca, y una vez lo hube hecho, me entregué, una vez más a la rutina.
Me acerqué con muy mala cara al conductor y con ningún ánimo y cara de pocos amigos le dije “$1.25 por favor”.
1 comentario:
Jojoojo
Ojo, a escribir en serio también!
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