sábado, 6 de junio de 2009

Perdido

No entendía que era lo que pasaba. Había abierto los ojos repentinamente, como despertado por un ruido estridente. Extrañamente no estaba en su cálida casa como hacía cinco minutos.

El último recuerdo que guardaba era el de encontrarse en su cama junto a ella, esa persona con quien había compartido los últimos 2 años. El calor de su cuerpo lo hacía sentir una sensación sin igual, algo que jamás había experimentado antes. Era como si se mezclara la lujuria y pasión del sexo con una especie de química particular que ambos compartían. Ella, la mujer débil pero persistente, inteligente y ávida. Él, el hombre sobreprotector, invasivo y severo, pero tonto y cariñoso a la vez.

Era ella quien lo había ayudado en los momentos difíciles de su vida, quien había estado siempre, aquella persona que le había mostrado qué era el sexo y qué era estar en pareja. Aquella que le había mostrado qué era el amor.

Habían vivido tiempos difíciles, es cierto, pero él tenía la fe y la convicción de que eran menudencias que el tiempo podría resolver. Es más, hasta pensaba proponerle matrimonio cuando la ocasión lo ameritara.

Sí, definitivamente era ella la mujer con la cual deseaba pasar el resto de sus días. Era ella quien lo hacía sentir especial, quien lo movilizaba aún en los peores momentos. Miles de cosas daban vuelta por su cabeza cuando la veía, pero él prefería callar la mayor parte de ellas para no sentirse débil, para no sentirse inferior, para no sentirse menos hombre.

Pero, por qué estaba donde estaba? Por qué no estaba en esa cama, abrazándola y diciéndole cuánto la amaba? En lugar del blanco de la habitación, sólo percibía un oscuro e interminable verde. Se encontraba sólo en un bosque interminable.

Descalzo y apenas vestido, a lo primero que atinó fue a buscar refugio. Caminó sin sentido por las sendas del bosque, rasgándose los pies y la ropa en el intento de volver de nuevo a su casa. Al andar, sentía las palabras de la alguna discusión rebotando en su cabeza, torturándolo y cargándolo de una sensación muy perturbadora. Era eso lo que las personas llamaban "culpa"?. De repente, sintió un tremendo deseo de volver a ella, de explicarle que no era cierto todo aquello que su idiotez le había hecho decir. Sintió una sensación extraña, como si algo le doliera en su pecho. Bajó su cabeza para comprobar si había heridas, pero no encontró nada. Se palpó y tampoco logro descubrir qué era lo que le causaba ese dolor. "Será el frío", pensó.

Casi sin darse cuenta, había salido del bosque y llegado a una lúgubre ciudad.

"Tengo que buscar refugio hasta que la noche se acabe y así pueda volver a mi casa" se dijo.

Caminó por la ciudad, mirando hacia las puertas de las casas. Muchas de ellas se encontraban entreabiertas, y desde adentro se observaban los rostros de mujeres, que lucían ansiosas cual serpientes esperando para arrojarse sobre su presa.

Por alguna razón, quiso correr. No sabía qué sentía (Él, sintiendo? no, no podía ser. Era demasiado hombre para eso. Eso se lo dejaba a las mujeres) pero experimentaba una extraña sensación que lo inducía a correr, lejos de esa ciudad, lejos de esas arpías.

Se echó a correr sin mirar hacia atrás, hasta haberse alejado de la zona más oscura de pueblo. Ahora caminaba por un iluminado sendero, donde mucha gente paseaba por la calle. Parecía un carnaval: los ciudadanos, felices, paseaban de la mano, había canastas de frutas, alcohol, música. Sintió que el dolor de su pecho ya no era tan intenso. Por un momento... se sintió bien. Si, definitivamente estaba bien. Caminó entre los felices individuos y se dejó llevar por el jolgorio y por la festividad del ambiente, hasta que una joven voluptuosa lo tomó de sus manos. Él la miró a los ojos, e inmediatamente no pudo más que recordar a SU chica, aquella que lo esperaba en la cama, aquella que lo desvelaba y parecía guiarlo a través de la oscura noche.

"Es muy tarde ya" le dijo a la joven, e inmediatamente ella lo invitó a su casa para que pudiera darse un baño y descansar. Caminaron a través de la calle por la cual todos danzaban frenéticamente al son de la música hasta entrar a una enorme casa, muy iluminada y vistosa. Era raro, pero él se sentía ciertamente incómodo. No lograba aún asimilar la situación y la hospitalidad de la joven.

Ya en el interior de la casa, ella le ofreció ropas nuevas y un baño caliente. Luego del baño, ella le indicó un cuarto dónde podía recostarse hasta el día siguiente. Se sintió muy molesto con la ropa que ella le había dado. Si bien el talle le sentaba perfecto, sintió que esa no era su ropa... que ese no era su lugar. A la luz de una vela, volvió a vestirse con sus ropas sucias y rasgadas.

Se acercó a la puerta con ánimos de marcharse para reemprender su búsqueda, pero entonces la joven entró en la habitación. Él la miró atónito; no supo qué decirle ni cómo explicarle que se encontraba muy agradecido por todo lo que ella había hecho, pero que debía volver a su lugar. Cuando al fin había logrado articular algo más que un leve balbuceo, ella apoyó suavemente su dedo índice sobre sus labios, a la vez que se quitaba la ropa con su otra mano.

Los ojos de él se tornaron rojos y redondos como una moneda. Ahora entendía que todo lo que ella había hecho era meramente por poseer su carne. No le importaba cómo se sentía ni por qué él estaba ahí, sólo quería que él la poseyera y que fueran uno en la cama. Se echó hacia atrás aterrado, como si una enorme bestia se hubiera querido apoderar de él. Aún así, no pudo escapar de ella, que lo tomó con sus dos brazos e intentó besarlo. En un ágil movimiento, se echó hacia un costado y escapó de ella. Sin pensarlo, casi por impulso, salió corriendo de la casa, embistiendo a su camino la puerta de la habitación y también la que daba a la calle.

Al salir a la avenida donde todos bailaban, no pudo evitar sentir asco al ver la imagen que allí se daba: En lugar de estar danzando, todos los individuos, ebrios y lujuriosos, se encontraban envueltos en una inmensa orgía sexual. No importaba hacia donde mirara, había cuerpos tirados teniendo sexo por doquier.

No quiso mirar más hacia la masa, quizás por asco, aunque sintió en el fondo que era por el miedo de divisar entre los cuerpos libidinosos a alguien que le recordara a su chica. Corrió hacia la dirección que su corazón le indicó, hasta dejar muy atrás la avenida y más tarde la ciudad.

Nuevamente se había internado en un bosque, pero esta vez era diferente. Comenzaba a amanecer y las hojas se veían amarillas, como si el otoño hubiera llegado repentinamente.

Mientras caminaba, comenzó a remembrar todo lo vivido en el pueblo. Se miró las manos, y a pesar de que hacía poco se había dado un baño, se sintió sucio. Sucio de conciencia, sucio de alma. A pesar de que no había hecho nada, cómo se había permitido por un instante titubear? Cómo iba a hacer eso si su hermosa chica lo esperaba en casa? Se sintió muy enojado consigo mismo. Dejó de caminar y pensó en todas las cosas malas que le había hecho pasar a ella. Recorrió uno a uno todos los diálogos que le venían a la memoria, enumeró todas las cosas que recordaba de ella, pensó cada una de las palabras con las que se acercaría a ella… y casi sin pensarlo, recordó algo más…

No era la última imagen que tenía de ella aquella en la cama, durmiendo abrazados, no. La última imagen… era algo que le heló la sangre. Una discusión, muy dolorosa. Si, aquella que había recordado al principio de ese extraño exilio del que era parte.

-“Qué es esto”- se preguntó a la vez que se tocaba la cara. Su mano tembló al sentir el contacto con el tibio líquido. Era una lágrima. Él, soberbio, omnipotente, estaba llorando. Por qué? No podía entenderlo.

La amaba, no cabían dudas. Estaba volviendo a casa, también. Y entonces por qué esa sensación?

No había hecho nada malo… o sí? No recordaba sus palabras con exactitud, pero sabía que había hecho algo malo, MUY malo. O mejor dicho, no era lo que había hecho, sino lo que había dicho. Había jugado con ciertos valores con los que no se juegan, había pronunciado las palabras más crueles, la había herido.

Con el transcurso del tiempo, a medida que sus problemas se acrecentaban, también se había tensado su relación con ella. Aunque no lo decía, inconscientemente la envidiaba, envidiaba su personalidad, su bondad… todo lo de ella era mejor que lo suyo. La sentía cerca, pero a su vez lejos. La culpaba inconscientemente de sus fracasos, la maltrataba… pero por qué? Si la amaba, como podía haber hecho eso?

La lágrima en su mano era ahora minúscula como un grano de arena en el medio de una mar de sollozos. Había visto uno a uno sus fracasos y victorias, y ella siempre a su lado. La había apoyado, la había visto crecer, a la vez que sentía que se alejaba de a poco. Sintió miedo, mucho miedo, de perderla, de no volverla a ver a su lado, de verla rodeada de otros hombros. La imagino en el medio de la orgía, devorada por una vorágine de cuerpos hambrientos de sexo. Pero eso no sería posible… como ella cambiaría su amor por el vil placer de la carne? Quiso convencerse de que eso no era posible, pero no pudo evitar sentirse solo, tremendamente solo.

Ensayó cada palabra de arrepentimiento con los nervios de la primera vez en la que habló con ella. Recordó la primera salida, el beso que ella, nerviosa, le había dado. Caminó nerviosamente de acá para allá, buscó la forma de acercarse. Ya su corazón no le decía para donde ir. Había llegado a tal punto en su desesperación y en su depresión, que ya no supo como escapar de ella. Finalmente, aturdido, confuso, se dejó caer, adormecido, en su dolor.

Soñó con ella, obviamente. La vio caminar a su lado por la calle, tomados de la mano, agradeciéndole por haber vuelto. La vio vestida de blanco, en el altar, con él a su lado. La vio arrodillada, llorando en su tumba. La vio y sintió que le volvía el alma al cuerpo. Sintió que tenía una razón para vivir, que no podía caer tan fácilmente. Se levantó, con la fuerza de mil bueyes, y, por primera vez en años, escuchó a su corazón. Ese pedazo de hielo que tenía en el pecho ahora brillaba con el candor de una hoguera. Ahuyentó de su cabeza todos aquellos ruidos, aquella voz, la de ella, que le decía que ya no lo amaba. Se levantó, miró al cielo, desafiante. Él tenía la firme convicción que eso no era así, de que nada había acabado. Y es que con el paso del tiempo, sólo se había reafirmado lo que él sentía. Si, había vuelto a sentir. Cuando todos le habían dado la espalda, ella le había mostrado el camino, ese camino que ahora tenía que recorrer sólo para volver a ella.

Caminó firmemente por el bosque, derramando algunas lágrimas a su paso, pero siempre con la firme convicción de que estaba siguiendo el sendero correcto. Luchó contra su pasado, contra sus fantasmas, contra sus enojos, y uno a uno los fue venciendo. Tan firme era su determinación que no le importaba que las zarzas y piedras del camino lo lastimaran y ajaran su ropa. Él iba a llegar pasara lo que pasara, tarde o temprano ahí estaría. Algo lo guiaba, y ese algo era, definitivamente, amor. Amor que a través del tiempo y la distancia lo había mantenido vivo, siempre luchando por algo más. Amor que ella había logrado silenciar, apagando la llama con amargas lágrimas de su dolor. Amor que tarde o temprano la traería de vuelta a su lado.

Él sabía que el camino no sería fácil, sabía que tenía que reconquistarla, sabía que no iba a ser simple volver a casa. Sabía que alrededor de ella, un millón de ojos se acumulaban. Sabía que tenía un largo trecho que recorrer, y aunque la voz de ella le pedía que no lo hiciera, que encontrara su camino, que la dejara vivir el suyo, él sabía que no podía ser el fin, que había algo más que eso, Lo sabía porque había vencido todo eso que los había separado. Todo lo malo, todo el rencor, todo el dolor, habían quedado atrás.

Caminó durante días y noches, durante meses, siempre siguiendo lo que su corazón le dictaba, siempre con la frente en alto. Le temblaban las rodillas y por momentos tenía que arrastrarse para seguir adelante, pero siempre sobrevivía. Le sangraban las plantas de los pies, tenía hambre y sueño, pero no se rendía. Tenía la certeza de que llegaría. Había ocasiones en las que se sentía desfallecer, pero su cada vez más lejano recuerdo lo animaba a seguir.

Finalmente, un día pero sus piernas ya no respondieron. Se desplomó en el suelo pesadamente. Levantó la vista hacia el horizonte, y en la distancia logró divisar su casa. No lo podía creer, había llegado hasta ahí.

Con el último hálito de fuerza que le quedaba se arrastró hasta la puerta. Se disponía a golpear la puerta cuando miró, casi impulsivamente, hacia el interior a través de la ventana. Ahí estaba ella, tan hermosa como siempre, como la primera vez que la había visto, como la primera vez que la había besado, como la primera vez que la había hecho suya.

Se veía tan hermosa, como si el paso del tiempo no le hubiese afectado en lo más mínimo. Por el contrario, lucía más bella y radiante de lo que él la recordaba. Además, se veía muy, muy feliz. Sonreía y en su sonrisa se veía una enorme alegría, como la que él sentía en ese mismo momento, como si ambos se hubieran reencontrado finalmente. Se levanto decidido a golpear la puerta, pero entonces vio el por qué de su felicidad. Un joven se acercó a ella, la abrazó y la besó tiernamente en los labios.

Sus ojos no daban crédito a lo que veían. Sintió como un frío glacial le congelaba los pulmones. Sintió espasmos, ganas de vomitar. Sintió un tremendo dolor en el corazón. Quiso sollozar, pero no encontró fuerzas. Por un momento sintió el impulso de destruir todo lo que lo rodeaba, pero inmediatamente comprendió que todo había sido fruto de sus acciones. Vio su propio reflejo en el espejo: parecía haber envejecido un par de decenas de años. Aún tambaleando, caminó dos pasos hacia atrás. Se detuvo por un instante para mirar por última vez al amor de su vida: supo entonces que todo había acabado.

Resignado, dolido, desolado, se echó a correr en dirección contraria sollozando y balbuceando frases incoherentes. Una vez hubo corrido una distancia que consideró prudente, se detuvo y cayó de rodillas. Como había ocurrido eso? Como ella se había olvidado de él? Tan malo había sido? Tan poco valía para ella? Cansado, avejentado y triste, se recostó de lado en el frío suelo, y llorando en silencio, se quedó dormido para no levantarse. En sus sueños comenzó a divagar, se vio corriendo sin dirección ni sentido, y escuchó una voz que lo llamaba, pero que cada vez se oía más lejos. Y esa voz le prometía que lo amaría por siempre, que siempre estaría a su lado.

Se despertó una vez más. Abrió los ojos y se encontró en el mismo bosque que al principio. Con mucho esfuerzo se puso de pie y quiso echarse a andar, pero no supo hacia donde. No sintió ni la voz que lo llamaba, ni el latido de su corazón. Se sintió inusualmente frío, insensible, inmutable. Sin saber qué hacer, se perdió lentamente en la espesura del bosque.

Ella salió de su casa hacia el bosque para ir a recoger algunos frutos para después del almuerzo. Cuando se hubo adentrado lo suficiente en el bosque como para no ser divisada desde su casa, se arrodilló y lloró. Definitivamente todo eso no estaba bien, pero ya era muy tarde. Ella había elegido no volver a buscar a su verdadero amor. Ella ahora era feliz… aparentemente.

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