lunes, 28 de diciembre de 2009

Justicia?

Hace unos cuantos días que me da vueltas en la cabeza el concepto de "Justicia". Según la Real Academia Española es algo así como “La virtud de dar a cada uno lo que se merece”. Al leer eso no pude más que esbozar una sonrisa irónica. “Lo que cada uno merece”. Claro, parece que es nuestro destino trabajar hasta viejos para poder comprar una casa, un auto, esos viejos sueños que nos han inculcado ancestralmente de generación en generación, simplemente “porque lo merecemos”. Es algo que de ningún modo me entra en la cabeza.
Recuerdo algunas charlas con mi abuelo (Cómo te extraño, viejo) en las que yo siempre sostenía que, si algún día se me daba la oportunidad de formar parte de algún órgano del Gobierno, de ningún modo iba a permitir las injusticias que día a día vemos, como los sobresueldos, los sobornos a piqueteros, los planes sociales que crean más vagos que empleados potenciales y fomentan el clientelismo, etc. Y la respuesta de mi abuelo era siempre la misma: “El poder enceguece”. Yo no creo que sea “enceguecer” sea la palabra; más bien creo que tiene que ver con una ambición desmedida por el poder y el dinero en sí mismo… y es que en cierto modo, ¿quién no deseo alguna vez en su vida tener más de lo que tiene? ¿Quién no miró al que pasa por al lado con anhelo envidioso lo que el otro tiene y uno no?
Realmente muchas veces me sentí obsesionado a buscar ganar o tener más de lo que tengo, pero en gran parte por haber vivido una infancia llena de carencias, con modestia pero sin faltarme nada, y siempre pensé que si algún día me tocaba representar al pueblo la premisa sería EL PUEBLO y no mi bolsillo. Y ahí es cuando la justicia entra en juego. ¿Es justo que aquellos a quienes elegimos para representarnos y defendernos contra las injusticias a las que la interacción con una sociedad podrida de raíz nos somete, defiendan primero su interés antes que al pueblo al que en la teoría deberían proteger? ¿Es justo que el mayor beneficio lo tenga aquel que no obra “con justicia”, sino aquel que entra en el sucio juego de la corrupción? La respuesta es más que obvia…
Siguiendo con la idea de “Justicia”, recuerdo dos hechos concretos que se dieron en los últimos días que me dejaron muy enojado con la sociedad y el concepto en que vivimos en general:
El primero de ellos, bien conocido por aquellos con quienes trato a diario es el insólito robo que sufrí hace poco en el tren, cuando me cortaron los bolsillos mientras dormía para robarme el celular y la billetera. La cuestión del caso es que llegué a mi casa con lágrimas de impotencia en los ojos y masticando con rabia la frase “no hay justicia”.
El segundo hecho se dio el otro día estar volviendo de Quilmes a la madrugada. Mientras esperaba el colectivo, un flaco se nos acercó a mis amigos y a mí para pedirnos monedas. Ya de por sí me exasperó ver que no le faltaba ningún brazo ni pierna ni parecía tener ninguna discapacidad como para no poder ganarse un mango. ¿Por qué yo, que trabajo toda la semana para poder contribuir con mi familia, para poder pagarme los estudios y para poder progresar, tengo que darle plata a un malviviente que eligió la fácil antes que el camino más largo? Siguiendo con el relato, después de negarnos a darle ninguna moneda porque en teoría no teníamos nada, uno de los chicos tuvo el mal tino de sacar la billetera y dejar al descubierto un billete de $2, con lo cual el morocho, ni corto ni perezoso, exclamó: “ahí tenés un billete”. Mi amigo, incómodo y sin saber de qué disfrazarse, le dijo que no podía darle porque al otro día era Nochebuena y tenía que comprar los regalos para su familia. Prácticamente sacado ya, me levanté y me prendí un pucho mientras miraba de soslayo cómo el flaco este sanateaba a uno de mis amigos con anécdotas de la calaña de “ayer salí de la cárcel”, “tengo una familia que mantener” y “no tengo ni para viajar”. Finalmente, al cabo de 5 minutos el crápula entendió que no nos iba a sacar un cobre y se retiró por donde vino para perderse en la noche. Siguió a eso un debate con mis amigos sobre si era o no justo lo que acababa de pasar, de tener que mentirle a alguien que se acerca a manguear sin escrúpulos, casi opresivamente, para evitar que te hagan daño o para conservar aquello que en buena ley te ganaste. ¿Dónde esta la justicia en esos casos? ¿Qué es lo justo? ¿Darle lo que pide? Otra vez es obvia la respuesta…
En conclusión, tengo que decir que estoy podrido y muy enojado con esta sociedad que no da oportunidades de superación, individualista y elitista. Mucho depende también del legado de familia y lamentablemente, cuando se nace en un lecho con tan pocos recursos, los caminos se acortan y parece que sólo existe la chance de seguir trabajando para tener una vida “digna” y poder tener la cabeza en alto el día de mañana. Podría decirse que es pesimista mi punto de vista, pero en 22 años, con una familia fragmentada y con muchas cosas que no cierran alrededor debo decir que, lamentablemente, en este país la justicia no existe.

lunes, 8 de junio de 2009

La Bestia Verde

Abrí los ojos e inmediatamente me di cuenta de qué día era. Sabía que el encuentro era inexorable. Me revolvía en la cama pensando en mí deber, entendiendo casi con resignación que no me quedaba otra chance más que enfrentar a la bestia. Sin ningún tipo de ganas me levanté solo para comprobar que efectivamente lo más crudo del invierno había llegado. Por la posición del sol, debían ser alrededor de las 7.30 de la mañana; aún podía llegar si me daba prisa.
Sin perder tiempo me dirigí a por mi túnica, la misma que utilizaba cada vez que tenía que enfrentar éste tipo de situaciones. Tomé mi capa y mis guantes, así como también la bolsa negra en la que llevaba el resto de mis pertrechos. Me lavé la cara no sin antes ver en el espejo esa cara de profunda resignación típica en aquellos que se dirigen a enfrentar el fin. Me acomodé el pelo sin darle mucha importancia al hecho: el aliento de las bestias no tardaría en hacer vano mi intento de parecer civilizado.
Por último, bebí con rapidez un vaso de leche mientras mastiqué con amarga displicencia una galleta que encontré por ahí. Una vez finalizado el cotidiano ritual, y viendo que la hora había llegado, abandoné el lugar para hacer cara a la fiera.
Al caminar un corto trecho, logré divisar un tumulto de gente que al parecer se dirigían al mismo destino que yo; La aflicción en sus rostros me inducía a pensar que su destino era el mismo que amargamente yo enfrentaría en instantes.
Me detuve cerca de ellos, y en silencio, me dispuse a esperar la aparición del magnífico ser, que al cabo de unos minutos, comenzó a divisarse en el horizonte. El inconfundible verde de su pellejo lo distinguía del resto de las bestias de igual envergadura que pasaban usualmente por la amplia senda en cuyos costados las voluntarias víctimas nos apostábamos. Una anciana se puso de pie automáticamente, dispuesta a ser la primera en enfrentarla, a lo cual una mujer de mediana edad le recordó que había una fila de gente esperando y que aguardara a su turno. Yo las miraba con resignación, entendiendo que tarde o temprano el final de todos sería el mismo, inevitablemente acabaríamos en las fauces del feroz animal.
La bestia se acercaba a toda velocidad, como movida por una enorme estampida de toros salvajes.
A medida que se acercaba se oía cada vez con más claridad su estridente rugido, a medida que su figura se volvía más y más imponente. Los humanos que por ella esperaban comenzaron a hacerle gestos con el fin de enfurecerle para lograr que arremetiera contra la masa de gente.
Sin embargo, la bestia parecía no inmutarse y seguía en línea recta su trayecto por la senda. Cuando estuvo a unos metros de nosotros, pudimos observar cómo su boca se encontraba abarrotada de cuerpos humanos, víctimas de las arremetidas anteriores de la bestia. Algunos de ellos nos observaban con suficiencia y otros con una profunda aflicción, conocedores de su inmediato destino.
Aparentemente, la bestia sintió que había tenido suficientes sacrificios, pues ni se conmovió frente a los ofensivos gestos de los que allí estábamos. Siguió su rumbo sin siquiera titubear ni darse vuelta para observarnos. La anciana incluso hasta se acercó unos centímetros al animal para insultarlo, pero ello tampoco hizo efecto.
Una vez hubo pasado la bestia, me volví unos metros hacia atrás, sabiendo que tarde o temprano volvería a pasar a por más víctimas.
No bien me había apoyado sobre un tronco, otra bestia igual se comenzó a mostrar a lo lejos. Esta lucía más hambrienta y se movía mucho más rápido por la senda. Cuando estuvo a unos cien metros, vimos con horror cómo se acercaba a un grupo de mártires y de un plumazo se tragaba a 8 de ellos.
La anciana se dio vuelta como buscando algún rostro cómplice a la vez que largaba un molesto resoplido.
Una vez hubo engullido a los infortunados individuos, siguió su camino por la senda hacia donde nosotros nos encontrábamos. Un hombre se agazapó y la anciana nuevamente se puso al pie del cañón: nadie estaba dispuesto a dejar que se escapara de nuevo.
Una vez estuvo lo suficientemente cerca como para vernos con claridad, la anciana se ubicó en el medio de la senda, como intentando detener a la enorme masa con su minúsculo y débil cuerpo. El hombre que se había agazapado se había levantado y ahora secundaba a la anciana en su desesperado intento.
La bestia comenzó a disminuir su velocidad: nos había visto.
Entendiendo que el momento del impacto había llegado, me acerqué, a la vez que me calcé mi bolsa en la espalda para tener ambas manos libres con el fin de asirme a la furiosa bestia. Al detenerse frente a nosotros, su enorme boca se abrió e inmediatamente olimos su pestilente aliento, una mezcla de humo y de fetidez humana que casi logra voltearme. Aún así, contuve la respiración y me así del animal lo más fuerte que pude. No pude evitar caer dentro de su boca, y una vez lo hube hecho, me entregué, una vez más a la rutina.


Me acerqué con muy mala cara al conductor y con ningún ánimo y cara de pocos amigos le dije “$1.25 por favor”.

sábado, 6 de junio de 2009

Perdido

No entendía que era lo que pasaba. Había abierto los ojos repentinamente, como despertado por un ruido estridente. Extrañamente no estaba en su cálida casa como hacía cinco minutos.

El último recuerdo que guardaba era el de encontrarse en su cama junto a ella, esa persona con quien había compartido los últimos 2 años. El calor de su cuerpo lo hacía sentir una sensación sin igual, algo que jamás había experimentado antes. Era como si se mezclara la lujuria y pasión del sexo con una especie de química particular que ambos compartían. Ella, la mujer débil pero persistente, inteligente y ávida. Él, el hombre sobreprotector, invasivo y severo, pero tonto y cariñoso a la vez.

Era ella quien lo había ayudado en los momentos difíciles de su vida, quien había estado siempre, aquella persona que le había mostrado qué era el sexo y qué era estar en pareja. Aquella que le había mostrado qué era el amor.

Habían vivido tiempos difíciles, es cierto, pero él tenía la fe y la convicción de que eran menudencias que el tiempo podría resolver. Es más, hasta pensaba proponerle matrimonio cuando la ocasión lo ameritara.

Sí, definitivamente era ella la mujer con la cual deseaba pasar el resto de sus días. Era ella quien lo hacía sentir especial, quien lo movilizaba aún en los peores momentos. Miles de cosas daban vuelta por su cabeza cuando la veía, pero él prefería callar la mayor parte de ellas para no sentirse débil, para no sentirse inferior, para no sentirse menos hombre.

Pero, por qué estaba donde estaba? Por qué no estaba en esa cama, abrazándola y diciéndole cuánto la amaba? En lugar del blanco de la habitación, sólo percibía un oscuro e interminable verde. Se encontraba sólo en un bosque interminable.

Descalzo y apenas vestido, a lo primero que atinó fue a buscar refugio. Caminó sin sentido por las sendas del bosque, rasgándose los pies y la ropa en el intento de volver de nuevo a su casa. Al andar, sentía las palabras de la alguna discusión rebotando en su cabeza, torturándolo y cargándolo de una sensación muy perturbadora. Era eso lo que las personas llamaban "culpa"?. De repente, sintió un tremendo deseo de volver a ella, de explicarle que no era cierto todo aquello que su idiotez le había hecho decir. Sintió una sensación extraña, como si algo le doliera en su pecho. Bajó su cabeza para comprobar si había heridas, pero no encontró nada. Se palpó y tampoco logro descubrir qué era lo que le causaba ese dolor. "Será el frío", pensó.

Casi sin darse cuenta, había salido del bosque y llegado a una lúgubre ciudad.

"Tengo que buscar refugio hasta que la noche se acabe y así pueda volver a mi casa" se dijo.

Caminó por la ciudad, mirando hacia las puertas de las casas. Muchas de ellas se encontraban entreabiertas, y desde adentro se observaban los rostros de mujeres, que lucían ansiosas cual serpientes esperando para arrojarse sobre su presa.

Por alguna razón, quiso correr. No sabía qué sentía (Él, sintiendo? no, no podía ser. Era demasiado hombre para eso. Eso se lo dejaba a las mujeres) pero experimentaba una extraña sensación que lo inducía a correr, lejos de esa ciudad, lejos de esas arpías.

Se echó a correr sin mirar hacia atrás, hasta haberse alejado de la zona más oscura de pueblo. Ahora caminaba por un iluminado sendero, donde mucha gente paseaba por la calle. Parecía un carnaval: los ciudadanos, felices, paseaban de la mano, había canastas de frutas, alcohol, música. Sintió que el dolor de su pecho ya no era tan intenso. Por un momento... se sintió bien. Si, definitivamente estaba bien. Caminó entre los felices individuos y se dejó llevar por el jolgorio y por la festividad del ambiente, hasta que una joven voluptuosa lo tomó de sus manos. Él la miró a los ojos, e inmediatamente no pudo más que recordar a SU chica, aquella que lo esperaba en la cama, aquella que lo desvelaba y parecía guiarlo a través de la oscura noche.

"Es muy tarde ya" le dijo a la joven, e inmediatamente ella lo invitó a su casa para que pudiera darse un baño y descansar. Caminaron a través de la calle por la cual todos danzaban frenéticamente al son de la música hasta entrar a una enorme casa, muy iluminada y vistosa. Era raro, pero él se sentía ciertamente incómodo. No lograba aún asimilar la situación y la hospitalidad de la joven.

Ya en el interior de la casa, ella le ofreció ropas nuevas y un baño caliente. Luego del baño, ella le indicó un cuarto dónde podía recostarse hasta el día siguiente. Se sintió muy molesto con la ropa que ella le había dado. Si bien el talle le sentaba perfecto, sintió que esa no era su ropa... que ese no era su lugar. A la luz de una vela, volvió a vestirse con sus ropas sucias y rasgadas.

Se acercó a la puerta con ánimos de marcharse para reemprender su búsqueda, pero entonces la joven entró en la habitación. Él la miró atónito; no supo qué decirle ni cómo explicarle que se encontraba muy agradecido por todo lo que ella había hecho, pero que debía volver a su lugar. Cuando al fin había logrado articular algo más que un leve balbuceo, ella apoyó suavemente su dedo índice sobre sus labios, a la vez que se quitaba la ropa con su otra mano.

Los ojos de él se tornaron rojos y redondos como una moneda. Ahora entendía que todo lo que ella había hecho era meramente por poseer su carne. No le importaba cómo se sentía ni por qué él estaba ahí, sólo quería que él la poseyera y que fueran uno en la cama. Se echó hacia atrás aterrado, como si una enorme bestia se hubiera querido apoderar de él. Aún así, no pudo escapar de ella, que lo tomó con sus dos brazos e intentó besarlo. En un ágil movimiento, se echó hacia un costado y escapó de ella. Sin pensarlo, casi por impulso, salió corriendo de la casa, embistiendo a su camino la puerta de la habitación y también la que daba a la calle.

Al salir a la avenida donde todos bailaban, no pudo evitar sentir asco al ver la imagen que allí se daba: En lugar de estar danzando, todos los individuos, ebrios y lujuriosos, se encontraban envueltos en una inmensa orgía sexual. No importaba hacia donde mirara, había cuerpos tirados teniendo sexo por doquier.

No quiso mirar más hacia la masa, quizás por asco, aunque sintió en el fondo que era por el miedo de divisar entre los cuerpos libidinosos a alguien que le recordara a su chica. Corrió hacia la dirección que su corazón le indicó, hasta dejar muy atrás la avenida y más tarde la ciudad.

Nuevamente se había internado en un bosque, pero esta vez era diferente. Comenzaba a amanecer y las hojas se veían amarillas, como si el otoño hubiera llegado repentinamente.

Mientras caminaba, comenzó a remembrar todo lo vivido en el pueblo. Se miró las manos, y a pesar de que hacía poco se había dado un baño, se sintió sucio. Sucio de conciencia, sucio de alma. A pesar de que no había hecho nada, cómo se había permitido por un instante titubear? Cómo iba a hacer eso si su hermosa chica lo esperaba en casa? Se sintió muy enojado consigo mismo. Dejó de caminar y pensó en todas las cosas malas que le había hecho pasar a ella. Recorrió uno a uno todos los diálogos que le venían a la memoria, enumeró todas las cosas que recordaba de ella, pensó cada una de las palabras con las que se acercaría a ella… y casi sin pensarlo, recordó algo más…

No era la última imagen que tenía de ella aquella en la cama, durmiendo abrazados, no. La última imagen… era algo que le heló la sangre. Una discusión, muy dolorosa. Si, aquella que había recordado al principio de ese extraño exilio del que era parte.

-“Qué es esto”- se preguntó a la vez que se tocaba la cara. Su mano tembló al sentir el contacto con el tibio líquido. Era una lágrima. Él, soberbio, omnipotente, estaba llorando. Por qué? No podía entenderlo.

La amaba, no cabían dudas. Estaba volviendo a casa, también. Y entonces por qué esa sensación?

No había hecho nada malo… o sí? No recordaba sus palabras con exactitud, pero sabía que había hecho algo malo, MUY malo. O mejor dicho, no era lo que había hecho, sino lo que había dicho. Había jugado con ciertos valores con los que no se juegan, había pronunciado las palabras más crueles, la había herido.

Con el transcurso del tiempo, a medida que sus problemas se acrecentaban, también se había tensado su relación con ella. Aunque no lo decía, inconscientemente la envidiaba, envidiaba su personalidad, su bondad… todo lo de ella era mejor que lo suyo. La sentía cerca, pero a su vez lejos. La culpaba inconscientemente de sus fracasos, la maltrataba… pero por qué? Si la amaba, como podía haber hecho eso?

La lágrima en su mano era ahora minúscula como un grano de arena en el medio de una mar de sollozos. Había visto uno a uno sus fracasos y victorias, y ella siempre a su lado. La había apoyado, la había visto crecer, a la vez que sentía que se alejaba de a poco. Sintió miedo, mucho miedo, de perderla, de no volverla a ver a su lado, de verla rodeada de otros hombros. La imagino en el medio de la orgía, devorada por una vorágine de cuerpos hambrientos de sexo. Pero eso no sería posible… como ella cambiaría su amor por el vil placer de la carne? Quiso convencerse de que eso no era posible, pero no pudo evitar sentirse solo, tremendamente solo.

Ensayó cada palabra de arrepentimiento con los nervios de la primera vez en la que habló con ella. Recordó la primera salida, el beso que ella, nerviosa, le había dado. Caminó nerviosamente de acá para allá, buscó la forma de acercarse. Ya su corazón no le decía para donde ir. Había llegado a tal punto en su desesperación y en su depresión, que ya no supo como escapar de ella. Finalmente, aturdido, confuso, se dejó caer, adormecido, en su dolor.

Soñó con ella, obviamente. La vio caminar a su lado por la calle, tomados de la mano, agradeciéndole por haber vuelto. La vio vestida de blanco, en el altar, con él a su lado. La vio arrodillada, llorando en su tumba. La vio y sintió que le volvía el alma al cuerpo. Sintió que tenía una razón para vivir, que no podía caer tan fácilmente. Se levantó, con la fuerza de mil bueyes, y, por primera vez en años, escuchó a su corazón. Ese pedazo de hielo que tenía en el pecho ahora brillaba con el candor de una hoguera. Ahuyentó de su cabeza todos aquellos ruidos, aquella voz, la de ella, que le decía que ya no lo amaba. Se levantó, miró al cielo, desafiante. Él tenía la firme convicción que eso no era así, de que nada había acabado. Y es que con el paso del tiempo, sólo se había reafirmado lo que él sentía. Si, había vuelto a sentir. Cuando todos le habían dado la espalda, ella le había mostrado el camino, ese camino que ahora tenía que recorrer sólo para volver a ella.

Caminó firmemente por el bosque, derramando algunas lágrimas a su paso, pero siempre con la firme convicción de que estaba siguiendo el sendero correcto. Luchó contra su pasado, contra sus fantasmas, contra sus enojos, y uno a uno los fue venciendo. Tan firme era su determinación que no le importaba que las zarzas y piedras del camino lo lastimaran y ajaran su ropa. Él iba a llegar pasara lo que pasara, tarde o temprano ahí estaría. Algo lo guiaba, y ese algo era, definitivamente, amor. Amor que a través del tiempo y la distancia lo había mantenido vivo, siempre luchando por algo más. Amor que ella había logrado silenciar, apagando la llama con amargas lágrimas de su dolor. Amor que tarde o temprano la traería de vuelta a su lado.

Él sabía que el camino no sería fácil, sabía que tenía que reconquistarla, sabía que no iba a ser simple volver a casa. Sabía que alrededor de ella, un millón de ojos se acumulaban. Sabía que tenía un largo trecho que recorrer, y aunque la voz de ella le pedía que no lo hiciera, que encontrara su camino, que la dejara vivir el suyo, él sabía que no podía ser el fin, que había algo más que eso, Lo sabía porque había vencido todo eso que los había separado. Todo lo malo, todo el rencor, todo el dolor, habían quedado atrás.

Caminó durante días y noches, durante meses, siempre siguiendo lo que su corazón le dictaba, siempre con la frente en alto. Le temblaban las rodillas y por momentos tenía que arrastrarse para seguir adelante, pero siempre sobrevivía. Le sangraban las plantas de los pies, tenía hambre y sueño, pero no se rendía. Tenía la certeza de que llegaría. Había ocasiones en las que se sentía desfallecer, pero su cada vez más lejano recuerdo lo animaba a seguir.

Finalmente, un día pero sus piernas ya no respondieron. Se desplomó en el suelo pesadamente. Levantó la vista hacia el horizonte, y en la distancia logró divisar su casa. No lo podía creer, había llegado hasta ahí.

Con el último hálito de fuerza que le quedaba se arrastró hasta la puerta. Se disponía a golpear la puerta cuando miró, casi impulsivamente, hacia el interior a través de la ventana. Ahí estaba ella, tan hermosa como siempre, como la primera vez que la había visto, como la primera vez que la había besado, como la primera vez que la había hecho suya.

Se veía tan hermosa, como si el paso del tiempo no le hubiese afectado en lo más mínimo. Por el contrario, lucía más bella y radiante de lo que él la recordaba. Además, se veía muy, muy feliz. Sonreía y en su sonrisa se veía una enorme alegría, como la que él sentía en ese mismo momento, como si ambos se hubieran reencontrado finalmente. Se levanto decidido a golpear la puerta, pero entonces vio el por qué de su felicidad. Un joven se acercó a ella, la abrazó y la besó tiernamente en los labios.

Sus ojos no daban crédito a lo que veían. Sintió como un frío glacial le congelaba los pulmones. Sintió espasmos, ganas de vomitar. Sintió un tremendo dolor en el corazón. Quiso sollozar, pero no encontró fuerzas. Por un momento sintió el impulso de destruir todo lo que lo rodeaba, pero inmediatamente comprendió que todo había sido fruto de sus acciones. Vio su propio reflejo en el espejo: parecía haber envejecido un par de decenas de años. Aún tambaleando, caminó dos pasos hacia atrás. Se detuvo por un instante para mirar por última vez al amor de su vida: supo entonces que todo había acabado.

Resignado, dolido, desolado, se echó a correr en dirección contraria sollozando y balbuceando frases incoherentes. Una vez hubo corrido una distancia que consideró prudente, se detuvo y cayó de rodillas. Como había ocurrido eso? Como ella se había olvidado de él? Tan malo había sido? Tan poco valía para ella? Cansado, avejentado y triste, se recostó de lado en el frío suelo, y llorando en silencio, se quedó dormido para no levantarse. En sus sueños comenzó a divagar, se vio corriendo sin dirección ni sentido, y escuchó una voz que lo llamaba, pero que cada vez se oía más lejos. Y esa voz le prometía que lo amaría por siempre, que siempre estaría a su lado.

Se despertó una vez más. Abrió los ojos y se encontró en el mismo bosque que al principio. Con mucho esfuerzo se puso de pie y quiso echarse a andar, pero no supo hacia donde. No sintió ni la voz que lo llamaba, ni el latido de su corazón. Se sintió inusualmente frío, insensible, inmutable. Sin saber qué hacer, se perdió lentamente en la espesura del bosque.

Ella salió de su casa hacia el bosque para ir a recoger algunos frutos para después del almuerzo. Cuando se hubo adentrado lo suficiente en el bosque como para no ser divisada desde su casa, se arrodilló y lloró. Definitivamente todo eso no estaba bien, pero ya era muy tarde. Ella había elegido no volver a buscar a su verdadero amor. Ella ahora era feliz… aparentemente.

miércoles, 3 de junio de 2009

Volviendo a la "normalidad"...

Qué es la locura?
Es un concepto concreto y definido? yo mas bien creo que es una subjetividad.
Sin lugar hay ciertos parámetros en la conducta de una persona que se entienden como "normales" y se tilda de anormales a todos aquellos que no encajan dentro de dichos parámetros. Por ejemplo, una conducta normal dentro de la sociedad sería trabajar y estudiar, tener una familia, casarse (aunque últimamente no es lo más normal del mundo), etc. Siguiendo con esto, se considera "anormales"o "raros" a, por ejemplo, aquellos que no quieran trabajar, vivan de la naturaleza, etc.
No es mi idea poner en tela de juicio los valores o ideales de todos aquellos que así lo hagan. Por el contrario, creo que es un acto de cierta "valentía" el rebelarse contra todas las estructuras y estándares que esta sociedad "normalizadora" impone. Hay que tener la mente muy bien acomodada y fuertes ideales para poder sobrevivir y llevar adelante una concepción de la vida como algo diferente a lo que de chiquitos nos imponen, tanto nuestros papás como las escuelas e instituciones en general.
Ahora bien, creo que el caso de todo esto es que no siempre esa vida "anormal" se lleva a cabo por motus propio, o por convicción ideológica, sino más bien por una presión constante del entorno en que vivimos. A veces (y basado en experiencias personales) creo que es la dificultad para encajar en todos esos estándares lo que nos lleva a querer demostrar lo superiores y diferentes que podemos ser, precisamente, por no poder sentirnos "normales", ya que desde siempre nos inculcaron que "lo bueno es lo normal", seguir el ejemplo social. Esa dificultad, ya sea por traumas en la infancia o cualquier otra causa, nos presiona y asfixia de tal forma que la vida se vuelve un trauma en sí; no es que llevamos un ritmo de vida porque creemos que es lo mejor, sino porque inconcientemente no podemos formar parte de eso que nos mostraron como "normal", "ejemplar" y "bueno".
El enojo para con la sociedad estandary excluyente es lo que nos lleva al aislamiento y a buscar una salida en una forma de vida "diferente" o "anormal", como para sentirnos mejores que aquellos "normales".
En concreto, creo que loco es el que es diferente, no por querer serlo, sino por ser parte de la sociedad, mientras que normal es aquel que realiza sus actos no por mandato o aislamiento, sino por convicción de que realmente está haciendo algo bueno.
creo que hé vivido muchos años de mi vida enojado con la sociedad "normal"; es bueno haber llegado a esta conclusión y a abrir los ojos.

Moraleja: Estoy loco :P

martes, 6 de enero de 2009

Tristes Tarados Trajeados


Como odio a la gente de mierda que se cree mas que uno por usar un trajecito (que mamita les planchó) para ir a trabajar. Debe ser que el cuello de la camisa al apretarles la nuez de la garganta hace que liberen ciertas hormonas que los vuelven mas pelotudos, pero la verdad, manifiesto mi desagrado y repudio por esos tristes ejemplares que para demostrar su superioridad como machos alfas de la manada (?) se vistes en sus prolijas camisas e incomodos pantalones de vestir, a la vez que peinan su engominado cabello corto y huelen a Calvin Klein. A continuación paso a caracterizar a algunos de estos desagradables y engrupidos ejemplares:

- Empleados de Garbarino/Frávega:
Pajeros, parlotean pobremente promocionando pateticamente productos. Piensan progresar pretendiendo no parecer parvas de penes pelagatos planeando petulantemente pasear por playas paradisiacas presumiendo su pedigree prestado. Pastorean pavoneandose de sus prendas previo a perturbar personas presentandoles productos pelotudos y poniendo precios presuntamente promocionales.
Principalmente, pobres plebeyos perdedores. Prevean previsibles problemas y pierdanse!

- Empleados de IT trajeados:
Falsos y fraudulentos fantoches. Fingiendo facturar fajos, filosofan falacias, y fanfarronean fama y fiabilidad falsos. Fabrican fraudes, fragmentan frula fulera y fuman faso. Mas feos que Fantino y mas fofos que Fabbiani, fornican con feminas mas fuleras que el forward de Flandria. Figurettis fastidiosos, fiambreros fracasados, favorescannos finjiendo un fallido funeral y fugandose o fustigandose con fuertes fármacos, Forros!

P.D.: me fui a la mierda, pero la verdad que no los banco.